Entrevista a Teresa Domingo Català en Tarragona Ràdio

Teresa Domingo Català habla de Destrucciones y de Los Papeles de Brighton en Tarragona Ràdio. Audio completo de la entrevista (en catalán).

(Emitido en Tarragona Ràdio el 15 de julio de 2014 a las 10:30)

Entrevista capotiana a Luis Ingelmo

por Toni Montesinos

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?

Se me hace difícil contestar esta pregunta por la repentina aparición de ese «jamás», tajante, rotundo, fatídico. Jamás es mucho tiempo, más del que nadie podría soportar. Jamás suena a paraíso o a infierno, que son lo mismo. Y a mí me cuesta siquiera imaginar que me vaya a quedar para siempre en un mismo sitio: no lo he hecho nunca, ni pienso hacerlo. He vivido en urbes inmensas, en ciudades medianas, así como en pueblos. No quita que mañana por la mañana decida irme a vivir a Oslo, a Reikiavik, a Nuuk, o a la canadiense península del Labrador. Y quedarme por allí, qué sé yo, seis años, o diez, para después regresar aquí. O no. Sea donde fuere, tendría que ser una ciudad, eso queda fuera de toda duda. No soporto el provincialismo, que es expresión de la más arraigada de las dolencias humanas: la idiocia. Idiota, para los griegos de la Antigüedad, era el individuo personal, el privado, o sea, uno mismo. De ahí pasó al latín clásico significando «persona» para degenerar en el latín más tardío hacia «ignorante». A mí, la verdad, esta asociación entre persona privada e ignorancia me resulta muy sugerente: cuanto más se es uno mismo, más zopenco y más avestruz se es. Como que quien se emperra en su privacidad es que está, justamente, privado de algo: de lucidez, de apertura mental, de sutileza en sus observaciones. Así que dadme una ciudad, mejor cuanto más grande y más septentrional, que el resto ya vendrá por sí solo.

¿Prefiere los animales a la gente?

Esta es una curiosa distinción, la de animales vs. gente. He tenido el placer de tratar con algunos animales que mostraban cualidades más humanas que mucha gente. Es igualmente cierto, por otra parte, que me he topado con hombres más cafres que un bisonte en celo y con mujeres más ladinas que una arpía (ya sé que la arpía no es, propiamente, un animal que Lineo se sintiera a gusto clasificando, pero el símil se entiende, ¿no?). En cualquier caso, creo que, aunque no la deteste, no estoy particularmente cómodo rodeado de gente. Hay una especie de medidor interno en alguna parte de mi cerebro, o de mis tripas, que me indica y me avisa de si la dosis diaria de gente se ha sobrepasado. Llevo mejor, es verdad, la soledad que la compañía. Será porque soy poco rebañego y que le hago ascos visibles, sin disimularlos, al gregarismo. Me relaciono mejor, en este mismo sentido, con un gato que con un perro: no pongo en tela de juicio las cualidades de lealtad y empatía del cánido; sin embargo, la actitud mayestática e indiferente del felino me resulta más atractiva.

¿Es usted cruel?

No con los demás. Si en alguna ocasión mis acciones han sido crueles a los ojos de otra persona, tuvo que serlo sin que me apercibiera de ello: si he mostrado crueldad en mis gestos o actos, fue de manera involuntaria. La crueldad la reservo para mí mismo, pues siempre encuentro algún motivo para darme una colleja o para tiznarme el alma con improperios.

¿Tiene muchos amigos?

Tengo los justos. Podrían contarse con los dedos de las manos, e incluso con una sola mano.

¿Qué cualidades busca en sus amigos?

Las amistades vienen y se van como los días: sin avisar. Mientras duran, son siempre bienvenidos los gestos amables y las palabras de apoyo. Una vez que se van, no me invade la nostalgia por ellas.

¿Suelen decepcionarle sus amigos?

Sí, claro, igual que yo me decepciono a mí mismo y les decepciono a ellos. Así son las cosas, repletas de sinsabores. La decepción es una constante en la vida, se te aparece de modo fugaz cuando eres joven, pero conforme va pasando el tiempo se instala en tu interior paulatinamente para, más tarde, dar muestras de estar a sus anchas a la menor ocasión que se le conceda.

¿Es usted una persona sincera? 

La sinceridad está sobrevalorada y, a mi juicio, mal comprendida. En este teatrillo de ferias que es la vida, nadie es quien dice ser, ni nadie actúa impulsado por sus pensamientos o sus sentimientos. Todos mentimos a espuertas y todos ocultamos nuestras intenciones, por prudencia, por pereza o por malicia. Yo soy mil yoes, tantos como situaciones en las que me encuentro: en el trabajo surge un yo, distinto del que sale con padres y hermanos, diferente del que se muestra cuando estoy con mi propia familia, ni parecido al que trata con amistades o amigos. Soy, así pues, legión. ¿Cuál será la vara de medir que dictamine el principio de sinceridad válido para todos esos contextos? ¿Es que hay uno solo, acaso?

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?

Esta es, a mi juicio, una pregunta tendenciosa, porque establece que el tiempo, nuestro tiempo, si es que es nuestro, se divide en ocupado (el del trabajo) y desocupado (el libre). Me niego a participar en la publicidad de esta dicotomía, pues ya se vale por sí sola para ser hegemónica. Yo querría que mi tiempo no fuera de nadie, ni siquiera mío, que no tuviera que entregárselo a nadie para poder subsistir a diario y para poder proveer a mi familia. Que no fuera el reloj quien dictase mi actitud o mi actividad, sino el simple y genuino gusto por llevar a cabo una escritura, una lectura, un paseo, una enseñanza.

¿Qué le da más miedo?

Entrevistas como esta. También las metáforas del vampiro y el zombi (vivir para siempre estando, en realidad, muerto).

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?

El rebaño humano, el descuido del detalle, la mala fe. Las espiritualidad dirigida por líderes religiosos o políticos que emponzoñan el pensar y el sentir haciéndolo monolítico y ritual.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?

Tenemos una tendencia a idealizar los oficios o actividades de los demás: el piloto de avión a merced de los vientos que le traen y le llevan sin destino fijo, el marino mercante que transporta felicidad por mil puertos exóticos, con un amor en cada uno de ellos, el astronauta que roza con las yemas de los dedos el horizonte infinito, que casi le hace cosquillas en la nariz a su dios, el bombero infatigable y altruista como ángel guardián que apaga los fuegos infernales, el actor de cine rodeado de lujos y atenciones, el rockero vocinglero siempre de gira, durmiendo cada noche en un hotel distinto y al que siguen sus groupies en sustitución de su madre, su esposa o su novia, el poeta que carga con el peso de sentimientos indecibles y lucha para conformarlos con la palabra justa al arrullo de la brisa entre los lirios de un paisaje de postal. Nada de eso es verdad: son todos mentira. Todos pierden la pátina de glamour que los rodea en cuanto la actividad se vuelve rutinaria, igual que la pasión se va por el desagüe con el primer pedo del novio enamorado al despertar por la mañana.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?

Me gustaría tener acceso a una piscina para poder nadar tanto como me lo pidiera el cuerpo, pero sin observadores ajenos ni compañías. O sea, no.

¿Sabe cocinar?

Sé poner ingredientes juntos en un recipiente y seguir una receta. Soy particularmente creativo con los bocadillos que me preparo, construyendo hipótesis de conjuntos disjuntos a partir de elementos que en un momento dado se me antojan apetitosos. Manipular los alimentos me proporciona un placer singular.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?

Al último pájaro dodo. Lo formularía como una entrevista, en términos bastante similares a los de esta misma. Le preguntaría por su experiencia personal antes de la aparición del hombre en su isla. Querría saber qué sentía ante animales depredadores de sus nidos (cerdos, perros, gatos, ratas), si preferiría cambiarse por el cazador que le perseguía escopeta en mano, o si ese aspecto rollizo con el que se le retrató en el siglo XVII se debía a la falta de ejercicio o a que su apetito voraz le llevó, estando en cautividad, a engordar desproporcionadamente. Pero, más que nada, querría saber qué se le pasaba por la cabeza cuando tuvo la ocurrencia de perder musculatura en el pecho y de permitir que se le acortaran las alas, cómo prefirió la celda del suelo firme al ancho cielo. Trataría, por fin, de tirarle de la lengua y que confesara si fueron las carreras con Alicia lo que acabó matándolo, o si, hambriento –como siempre–, se comió el dedal que la niña le había dado para usarlo como trofeo en la competición y se ahogó.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

Verdad (bien usada).

¿Y la más peligrosa?

Futuro (mal usada).

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?

Solo a una persona, pero se trata de fantasías mentales. Aunque, en lugar de ser yo quien la matase, tendría el mismo efecto catártico y reparador si, pongamos por caso, la viera ahogándose en un río después de que su coche (imaginemos que se trata de una berlina azul marino, por mor del relato) se hubiera precipitado al vacío, que la pudiera observar impertérrito desde lo alto de un puente, que se la llevase la corriente y que jamás apareciera su cadáver.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?

Desaprenderlo todo. Huir de mitos y de dioses.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?

Niño y niña, arbusto, pájaro y mudo pez en el mar, aunque no necesariamente en ese mismo orden.

¿Cuáles son sus vicios principales?

Creer en los vicios.

¿Y sus virtudes?

No creer en las virtudes.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

Vería que alguien me mira desde lo alto de un puente, sonriente y ufano, mientras mi berlina azul marino se hunde en las arcillosas aguas de un río. Tendría la mente en blanco, los pulmones encharcados y los ojos cegados. La muerte no llega en cinemascope, sino fría y callada.

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(del blog de Toni Montesinos)

Eduardo Moga sobre ‘Destrucciones’, de Teresa Domingo Català

DESTRUCCIONES

Eduardo Moga

Teresa Domingo Català vive en Tarragona, una de esas provincias que no parece existir para la poesía, pero que, en cambio, alberga una nutrida comunidad de autores, tanto en castellano -lo que tiene un mérito singular, dadas la condiciones socioculturales del lugar- como en catalán. Entre los primeros, por ahí andan, sin dejar de dar guerra, a pesar del silencio, o incluso del desdén, en que los mantienen las diferentes capitalidades que hay que sufrir en este país, Ramón García Mateos, Alfredo Gavín, Juan López-Carrillo, Ramón Oteo, Juan Carlos Elijas, Manuel Rivera, Enrique Villagrasa o la propia Teresa Domingo, entre otros. Yo la había conocido hacía algún tiempo ya, en recitales o encuentros poéticos, pero había sido un conocimiento fugaz, de esos que se hacen, a trompicones, en los actos literarios. Sin embargo, no fue hasta hace cuatro años, a finales de 2010, cuando tuve la posibilidad de detenerme un poco más en su obra y en su persona. Teresa me pidió que presentara en Barcelona Luzbel de penumbra, un excelente poemario que había publicado en El Gaviero, la editorial de la llorada Ana Santos. Yo no hacía mucho que había publicado en la misma editorial Los haikús del tren, y aquella coincidencia reforzó nuestra aproximación. Presentamos Luzbel de penumbra en la sala gótica de la librería Catalonia, hoy desaparecida: otra realidad que añoramos.

Eduardo Moga y Teresa Domingo Català

Desde entonces, he seguido con interés la trayectoria de Teresa, que se desarrolla en tres ámbitos fundamentales: la poesía, la poesía erótica y el teatro. Publica ahora un nuevo poemario, Destrucciones, en Los Papeles de Brighton, el benemérito sello de Juan Luis Calbarro, en el que yo también he dado a conocer mis Décimas de fiebre: una nueva confluencia editorial. Sorprende de Teresa, en primer lugar, la versatilidad, y no solo por su dedicación a la literatura dramática: en su faceta estrictamente lírica, encontramos coplas, sonetos, poemas experimentales, piezas satíricas, proclamas eróticas y ahora, en Destrucciones, poemas en prosa. Son treinta y siete, sin título -solo identificados por números romanos-, que componen una obra compacta, de extraordinaria coherencia. El poema en prosa constituye una piedra de toque para todo escritor, porque obliga a repensar las estrategias poéticas: porque exige nuevos asedios de la palabra y una adecuación singular del pensamiento al flujo de la escritura. Los mecanismos constructivos, las apoyaturas de los ritmos y de los pies clásicos, las convenciones de la retórica, a las que todos estamos hechos, no sirven -al menos, no de forma inmediata- para la composición de poemas en prosa. Escribirlos supone un desafío, y Teresa Domingo se lo ha impuesto con la deliberación del creador que busca caminos, no sé si nuevos, pero sí otros, vías intransitadas, territorios desconocidos: ese atrevimiento la acredita como poeta, aunque tantee, incluso aunque fracase.

Pero en Destrucciones no fracasa: resuelve el reto de esta forma distinta de hacer poesía, menos evidente, más sembrada de trampas y oquedades, con la brillantez que ya había acreditado en sus libros anteriores. Su autora ha escrito del poemario que «traduce el intenso sufrimiento de la destrucción de la identidad (…). El dolor de la muerte del yo, el intenso terror de sentir cómo se fragmenta el interior de un ser humano y se destruye… Las únicas salidas a la desesperación son el estoicismo y la literatura: resistir es la única opción». Teresa Domingo afirma este propósito y esta salvación con lúcida intensidad: su forma de relatar el desmoronamiento de la conciencia, la anulación del ser, no se aparta de su estilo, sino que lo acentúa, lo radicaliza. En toda su obra, la poeta se ha expresado con violenta energía, con espíritu sangrante. Su palabra ama lo material, o, mejor dicho, lo matérico. La metáfora constituye un instrumento esencial para la expresión de ese afán torturado, de esa voluntad de hincar en el verbo todo el peso del cuerpo y del sentimiento, de arrancar de las entrañas del lenguaje un sentido nuevo y un sonido desnudo. Teresa no se anda con levedades ni con dulzonerías. Su decir es desagarrado, hiriente (porque ella está herida), anatómico, femenino, turbulentamente musical; y también chirriante, porque la poesía ha de chirriar a veces, como chirrían los grillos, o los pájaros, o los motores de las máquinas, o el pensamiento, o la vida. Uno se mete en sus versos como quien mete las manos en una masa muy espesa, aromática, pero también acre; una masa que, además, cambia de color: a veces es negra, a veces arcoirisada, pero siempre del color de la sangre. Los poemas de Destrucciones son bofetones armoniosamente dados, con equilibrio y dolor. Este es uno de ellos:

XXI

Se alían el cieno y la penumbra. Germina la desolación como un edificio abandonado. Se abisma el amor, sus garfios retroceden. El verano aumenta el terror con su fluidez. Los niños fluyen, el miedo se acrecienta. Viajo con calzador, describo la muleta. La vida se superpone en su vasto vergel y se transforma, el corazón se aterra. Crece en mí la hierba de la destrucción, la siento crecer en mi cuerpo mutilado, la siento crecen en la cruz, en el hoyo, con la brutalidad del asesinato de César. Se alza en mí la crueldad y los viejos visten mi coraza, ahora solo espero el alivio, el consuelo de la noche. Nocturna, soy como una estrella muerta en el regazo de su madre. Mi sangre estalla entre las venas y parpadea unos segundos antes de morir. Me reflejo en el origen, en la consunción. Soy pura lava que desciende hasta el barranco que tiembla en su intensidad y después se apaga, suicida. Soy la Mesías del Anticristo, la consejera del Apocalipsis. En mí, sucede. Vivo en la fragua. Allí me despedazan. Soy materia ígnea, sebo. Sobrevivo entre metales, entre terrores y me siento calcinar por la hoz incandescente de la vibración selvática.

(Del blog de Eduardo Moga, Corónicas de Ingalaterra)

Juan Jiménez Castillo / Leer para vivir

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Juan Jiménez Castillo,
Leer para vivir. Una mirada de sentido común
a la naturaleza de la alfabetización inicial
. 162 pp.
Colección Academia, 1 / Pedagogía
ISBN: 978-0-9927430-8-6

En Leer para vivir, Juan Jiménez Castillo examina la situación de la enseñanza de la lectura y propone un método concreto para mejorarla.

Su testimonio de que en las escuelas de Baleares se dispone de un enfoque sobre cómo aprender a leer, pero no de un verdadero método de aprendizaje, confirma la sospecha de que no siempre ha triunfado el mejor modelo pedagógico posible.

[…]

Juan Jiménez Castillo está en el grupo de los que dignifican el estatus de la Pedagogía, inclinándola del lado de la ciencia y alejándola del de la propaganda, motivo por el que no siempre ha salido bien parada del ruido mediático de quienes más dicen defenderla.

(Del prólogo de Arturo Muñoz)

Juan Jiménez Castillo (Ítrabo, Granada, 1949) es doctor en Ciencias de la Educación. Reside y ha desarrollado su carrera como inspector de Educación en Mallorca. Es autor de Analfabetismo funcional y fracaso escolar (2010) y La perversión pedagógica de la inmersión lingüística (2012).

Comprar: € 15,00 (IVA incluido)

Entrevista capotiana a Carlos Juliá Braun

Por Toni Montesinos

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?

Castelórizo. Es esa isla diminuta del Dodecaneso que se encuentra frente a la costa turca; la isla griega más oriental. En ella se encuentra la Cueva Azul, seguramente la caverna más hermosa del mundo.

¿Prefiere los animales a la gente?

No puedes tener animales en un barco. No sé si es una respuesta.

¿Es usted cruel?

Se lo está preguntando a un poeta satírico… Solo cuando me provocan lo suficiente, que es con demasiada frecuencia (el Señor me perdone).

¿Tiene muchos amigos?

Prefiero tener amigas; pero, entiéndame, solo a efectos de mi vocación pastoral.

¿Qué cualidades busca en sus amigos?

Que inviten a metaxá con prodigalidad o, en su defecto, se dejen invitar.

¿Suelen decepcionarle sus amigos?

La capacidad de decepcionar del hombre es infinita y consustancial a su naturaleza; si no fuera por eso, ¿de qué escribiríamos los poetas satíricos? ¿A quién convertiríamos los cristianos?

¿Es usted una persona sincera? 

En esa precisa cuestión fundamental se basa enteramente mi trayectoria como pastor de almas.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?

Navegando y orando.

¿Qué le da más miedo?

Perder la razón. Pero, como el Señor está de mi parte, suelo tenerla casi siempre.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?

Hace mucho que no veo la televisión.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?

En realidad no soy escritor: soy un marino con cierta predisposición a la prédica piadosa y a la sátira como ejercicio verbal, lo cual me convierte en escritor como efecto colateral, y en protodiácono greco-melquita en un complejo nudista solo gracias a la enorme generosidad de mi amigo el M. I. y Rvdmo. archimandrita padre Arkadios González y a un diploma que le había comprado online a la Universal Life Church (Modesto, California). Además, como hay que ganar dinero para mantener los aparejos del barco, también soy calafate, como mi padre; y, para malgastarlo, en los ratos libres abro una galería de arte. Pero, en definitiva, creo que nada de lo que hago me determina tanto como mi actividad de piloto de barco ni querría ser otra cosa.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?

La navegación es algo ciertamente físico, aunque no dude que tiene una vertiente espiritual. En cuanto a la prédica del Evangelio, el archimandrita Arkadios podrá atestiguar que a veces me ha costado espesos sudores.

¿Sabe cocinar?

Soy perfectamente capaz de abrir latas de conservas sin sufrir un solo rasguño; y preparar cócteles es parte de mi programa pastoral de los últimos veranos, en que colaboro con el archimandrita Arkadios en su comunidad en Creta.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?

A Cecilia Giménez.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

Promesa.

¿Y la más peligrosa?

Compromiso.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?

En algún período sórdido de mi vida, haber tenido a mano un objeto contundente habría sido fatal. Afortunadamente, el Señor los alejó de mi alcance.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?

Tengo tendencia a no votar a los que, habiendo gobernado, han demostrado ya que no nos representan. Por hablar del ejemplo español, me refiero a partidos integrados indisolublemente en redes de corrupción; a políticos enrocados en sus privilegios de casta: PP, PSOE, IU o los nacionalistas. Mire que aquí me he puesto serio.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?

Miembro del equipo de George Clooney en Ocean’s Eleven.

¿Cuáles son sus vicios principales?

La pereza.

¿Y sus virtudes?

Un magnífico bronceado.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

Desgraciadamente, no necesito imaginármelo: en cierta ocasión, hará unos veinticinco años, singlando por el estrecho de Mesina, estuve a punto de ser engullido por el espíritu de Caribdis. Fue el primer barco que perdí, pero durante unos minutos pensé que no iba a ser eso lo peor que perdiera. Usted va a pensar que bromeo cuando se lo cuente, pero nada de lo que he dicho en esta entrevista ha sido más en serio… En esos instantes dramáticos se me vino a las mientes aquella secuencia de Atrapa a un ladrón en la que Cary Grant besa a Grace Kelly mientras esta lo tienta con su gargantilla de falsos diamantes e iluminan el cielo los fuegos artificiales. Aquellos fotogramas de un 1955 que se nos antoja castísimo, casi antediluviano, convirtieron a muchos de los que vimos aquella película de Hitchcock –incluso a los que ya la vimos en épocas mucho más liberales– en sátiros admiradores de una mujer sobrenatural a la que no había en el mundo corona de princesa que hiciese justicia. Quizá no se lo crea, pero ese cuello, esa piel blanca, ese rostro de ángel y ese beso fueron lo que pasó ante mis ojos cuando estuve a punto de morir ahogado. Que Dios, en su infinita misericordia, perdone mis pecados.

Carlos Juliá Braun, Siete sonetos piadosos

(Del blog de Toni Montesinos)