Eduardo Moga rescata la obra de Basilio Fernández en un estudio monumental

El poeta y ensayista barcelonés publica El esplendor y la amargura, más de 700 páginas dedicadas a uno de los grandes nombres de la vanguardia poética española

Basilio Fernández

La editorial Los Papeles de Brighton acaba de publicar El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández, un extenso ensayo del escritor y crítico literario Eduardo Moga (Barcelona, 1962). El volumen, de más de 700 páginas, ofrece un análisis detallado de la trayectoria de Basilio Fernández (1909-1987), el poeta nacido en Valverdín (León) y afincado en Gijón, considerado una de las voces más singulares de la poesía de vanguardia.

Fernández es el único autor español galardonado con el Premio Nacional de Poesía a título póstumo, reconocimiento que obtuvo en 1992 gracias a Poemas 1927-1987 (Llibros del Pexe, 1991). “La dimensión de su obra no se conoció hasta después de su muerte”, recuerda Moga, cuando su sobrino Emiliano Fernández recopiló sus escritos en un volumen que atrajo la atención de críticos como Antonio Gamoneda.

'El esplendor y la amargura'

Una vida discreta, una obra inmensa

A pesar de ser discípulo de Gerardo Diego y de compartir amistad con Luis Álvarez Piñer en el Instituto Jovellanos, la trayectoria literaria de Basilio Fernández durante su vida fue mínima: solo cinco poemas en revistas. El resto de su legado permaneció inédito hasta su recuperación editorial, lo que permitió situarlo como “una de las máximas figuras de la poesía de vanguardia y del siglo XX en Asturias”.
Moga, que ya dedicó su tesis doctoral en 2011 a la obra del autor leonés, destaca cómo su poesía dialoga tanto con las corrientes de su tiempo como con una sensibilidad adelantada a su época.

El autor del estudio

Eduardo Moga es licenciado en Derecho y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Poeta de amplia trayectoria, ha reunido su obra en tres tomos bajo el título Ser de incertidumbre (2024). Además, ha sido traductor prolífico de autores como Charles Bukowski, Walt Whitman, Arthur Rimbaud o William Faulkner, y ha cultivado la crítica literaria y los libros de viajes.

Eduardo Moga

Ganador de premios como el Adonáis de 1995 y dos veces finalista del Premio Nacional de Poesía, ha ejercido también como editor: codirigió la colección de DVD Ediciones (2003-2012) y fue director de la Editora Regional de Extremadura (2016-2018). Actualmente reside en Sant Cugat del Vallès (Barcelona).

Con este nuevo volumen, Moga ofrece un homenaje exhaustivo y definitivo a un autor cuya obra “sigue iluminando el panorama poético español desde el silencio en el que fue escrita”.

(Publicado en Heraldo de León, 18 de septiembre de 2025)

Fulgencio Martínez reseña ‘Días del indomable’

Alfredo Rodríguez ha publicado Días del indomable. Diario de un poeta (2010-2011) en la Colección Mayor de la editorial Los Papeles de Brighton. Se trata de una colección de textos hilvanados por la interrogación sobre el sentido que hoy pueda tener la escritura de poesía y, por extensión, la literatura y la cultura mismas. Desde el primer texto, que arranca con esta frase problemática o lapidaria, según el tono que el lector quiera darle: «Nos hemos acostumbrado a vivir sin poesía», dice Alfredo Rodríguez. «Hoy (el poeta) es un individuo extraño, sospechoso». «¿En qué consistirá la vida de poeta?, se pregunta una y otra vez la gente del común?».

Inevitablemente, todo diario crea su propio territorio interior, y para ello la voz narradora precisa afinarse en el trato de algunas obsesiones o preguntas. En el caso de Días del indomable, serán las cuestiones metapoéticas, la reflexión sobre el oficio de poeta ese leitmotiv y marca de territorio. Pero, además, el diario ha de construir su espejo, es decir, un lugar de observación, desde el que reconocerse y desde el que descifrar la vida. Pues, básicamente, un diario personal es un intento de descifrar el mundo, la vida propia o la vida en toda la extensión del término. Y no es poca cosa este empeño, ni hemos –los lectores, invitados a ese círculo– de tomar a egolatría la pasión del diarista por distinguirse del vulgo gris, o simplemente del público indiferente del siglo. El diario mantiene el sello romántico del individuo excepcional. Desde la novela epistolar a manera de diario del Werther, de Goethe, hasta los diarios filosóficos del gran poeta italiano Giacomo Leopardi, o del atormentado Sören Kierkegaard, hasta, ya en el siglo XX, Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez (este en verso y prosa, modernísimo), y los diarios de otro gran escritor italiano, Cesare Pavese (Oficio de vivir, Oficio de poeta), llega al mundo actual, de internet, donde todo quisque lanza al aire sus bagatelas (recordemos, incluso, hace nada, la moda de los aforismos, que ha dado pie a banales títulos publicados y a sinfín de tuiteros compulsivos).

Alfredo Rodríguez deja constancia de esa banalización del oficio de poeta a la vez que se banaliza la confesión que era el género de experiencia que transmitía el diario illo tempore. Incluso, aunque el diario tuviera la vocación inconfesable (o confesada, qué más da) de hacerse público, era una convención aceptada que solo se mostraba a unos elegidos. Entre el autor y el destinatario o destinatarios del diario había una secreta correspondencia en la discreción. Todo el mundo que se preciara, en aquella época romántica, era autor o autora de un diario personal; el elitismo del género literario del diario se daba por consabido.

Las nuevas tecnologías y la banalización de la comunicación -no solo la literaria- han ahondado en la crisis del género diario. Alfredo Rodríguez es muy consciente de ello. Lo característico y creo que más valioso de su diario es que el poeta asume el preguntar por su vocación misma y lo hace con una escritura valiente, sin falsa modestia y sin los filtros que impone la corrección estupefaciente que echa a perder algunos bienintencionados productos culturales del día.

Cree Alfredo Rodríguez que, al final, la poesía es un «intercambio cultural», cosa entre poetas, aunque estos unas veces sean los lectores, otras los mismos editores, poetas de vocación, y casi siempre malos poetas.

«¿Y qué tiene que ver la poesía con la política?». Alfredo Rodríguez mantiene, como pocos poetas hoy hacen, la mirada a la hidra del poder. No se arredra ante aquellos que pueden o no catapultar al poeta en su viaje al Parnaso efímero de una feria, un premio o una estancia en la corte virreinal en «Napoles», que diría don Luis de Góngora. Nada tienen que ver, pero «¿por qué hay gente que se ha empeñado y se empeña siempre en mezclarlas?»». Y concluye así Alfredo Rodríguez: «Siempre los mismos. Siempre ahí, al pie del cañón, tratando de medrar…» Debería interesarnos mucho esta reflexión novedosa, en boca de un poeta consciente y en plena madurez, como es el poeta navarro. Constata y denuncia a la vez. Sin dar gritos, como una verdad dicha con el corazón abierto y con la ingenua constatación de un ser recién advenido al mundo y con la madura agudeza del estilo, en lo cual consiste el punto crítico del poeta, su lugar de observación a prueba de cualquier engaño, o peor, autoengaño. Un poco con esa misma lucidez –mezcla sencilla de ingenuidad y de agudeza curada de espanto– del autor de esa especie de diario que es la prosa cartesiana del Discurso del método.

No crea el lector, sin embargo, que en estas páginas del diario de un poeta no pueda haber lugar a las «risas» y a la admiración hacia los maestros, los poetas que le han afirmado en su vocación y dado ejemplo al autor de una resistencia moral y estética invencibles; indomables como él. Y como ese mismo diario en que están escritas las preguntas (más preguntas que respuestas) que cualquier escritor, tanto si empieza en el oficio como si se encuentra en medio de su carrera, debería hacerse.

Acierta Rodríguez a darle forma literaria a un tema metapoético, manteniendo el acuerdo, siempre frágil, entre el tema elegido, el punto de observación, crítico y sereno (con seriedad a la vez que jovialidad de niño o de dios), y el género del diario, el cual, más que el ensayo, está hoy en cuestión por el riesgo de banalizar cuanto toca. De ese modo sabiamente evita la página erudita intercalada en las anotaciones o la autopredicación a expensas del lector en que suele incurrir el diario. El autor de Días del indomable maneja, además, una prosa ágil, sencilla y de línea clara. En suma, Días del indomable es un libro que creo atrapará desde sus primeras líneas a aquellos que se sientan incómodos en la pendiente acrítica en que se mece desde hace tiempo la cultura española, y en particular la cultura literaria, donde los escritores medran y callan y viceversa. Pero también gustará a quienes amen lo maravilloso, como dice el autor del diario: la maravilla de ciudades como París, la amistad y la entrega sincera mantenida a lo largo de los días, no solo vivencia de un instante de fulgor. Y gustará, en fin, a aquel o aquella joven que empiece a amar la poesía, o a practicar un arte o tarea que le apasione y por el cual, sí, merezca vivir. Para el cual merezca vivir. Diario del indomable termina con estas líneas, en las que el autor confirma «lo que ya tenía él claro, en mente desde muy joven: que sin poesía la vida no vale nada. Eso pretende, a mi entender, este libro… Aquí queda dicho». Es esa transformación del valor de una tarea en el valor de la vida de quien la practica lo que, en el fondo, este libro nos transmite y el valor que nos contagia, casi sin darnos cuenta. Desde la fragilidad y la sencillez de quien todavía busca, como el poeta; como el gran poeta que es Alfredo Rodríguez.

(Publicado en Ágora. Papeles de Arte Gramático, Nueva Colección, núm. 19, parte 1, Alcantarilla (Murcia), verano de 2023, pp. 115-118).

Santos Domínguez reseña ‘Días del indomable’

“Aún hay algo peor que creerse muy inteligente y no serlo, o peor que creerse muy guapo y no serlo. Y es creerse buen poeta, estar convencido de ello por activa y pasiva, y no serlo de ningún modo. Al contrario, ser un muermo, un paquete contra reembolso, un cazo escribiendo versos.

A veces uno se cansa ya de mentir y se dice a sí mismo que basta. Basta ya de bailarle el agua a la gente del mundillo poético. Hay que ser capaz de decir las cosas claras en este terreno tan pantanoso de la poesía. Al pan, pan, y al vino, vino.
Y si uno mismo tiene que dejar de escribir, porque sus poemas son verdad un castañazo, pues deja y ya está.

Que no pasa nada por dejar de escribir poesía. Nadie se ha muerto por eso. Uno se dedica a otra cosa en que pueda hacerlo mejor y santas pascuas. Algo habrá por ahí…”, escribe Alfredo Rodríguez en Días del indomable. Diario de un poeta (2010-2011), un dietario sin fechas que publica Los Papeles de Brighton.

Un diario intenso y lúcido, apasionado y divertido por el que desfilan maestros y amigos (José María Álvarez, Antonio Colinas, Martinez Mesanza, Miguel Ángel Velasco, Luis Alberto de Cuenca, Brines o Mestre) a los que rinden homenaje la palabra y la mirada de alguien como Alfredo Rodríguez, que se siente poeta por voluntad y por destino y ha hecho de la poesía su apasionada razón de vida como lector y como escritor, porque sabe que “la poesía o se tiene dentro -impronta indeleble- o no se tiene.”

Miguel Sánchez-Ostiz señala en su prólogo que “Días del indomable es un devocionario (laico y muy literario) porque de devociones trata: gente, momentos, libros, lugares… devociones y entusiasmos de un indomable. Poeta en marcha Alfredo Rodríguez, incansable a lo que se ve, en pos de vivir para la poesía y por ella, y por un ideal de belleza épica en una época que de épica tiene más bien poco.”

La vida y la literatura, las lecturas y los viajes, las notas de lectura y el cine. París y Venecia, la música de Albinoni y la de Héroes del silencio, Museo de cera y los Tratados de armonía, Europa y Noche más allá de la noche comparten estas páginas con las evocaciones íntimas, con las conversaciones y la experiencia paradójicamente sanadora de la enfermedad, con las reflexiones sobre la poesía o la ironía ante la cucaña de los poetas y la pequeñez del turbio mundillo literario local, igual en todas partes y superpoblado por “pretendidos poetas, escribidores de poesía doméstica y ramplona, licántropos de la literatura.

Y se indigna cuando denuncia que “lo malo de la poesía es que cualquiera -cualquier gañán- emborrona diez o doce frases juntas, más o menos conexas o, mejor, inconexas -quiero decir, que no siguen un discurso racional lógico (sí, eso vende mucho)- y ya se cree poeta. Ya se cree a sí mismo capacitado para salir ahí a la arena del circo a dar cauce a su burda emotividad y decir que es poeta y que desde siempre lo ha sido. Grandeza innata la suya. Ejem…”

Porque “las vanidades exacerbadas y ciegas, negras envidias y podredumbres del alma, los rencores y venganzas, zancadillas y sucias jugarretas campan por sus respetos entre poetas y vanos escribidores de versos que juegan a ser poetas”, afirma Alfredo Rodríguez, un poeta verdadero que conoce esas cuevas poéticas por dentro y añade desde fuera, con mirada distante y comprensiva: “Ya sabemos que la vanidad es una enfermedad profesional de los poetas […] Pero eso no es malo. Al contrario, es bueno, es normal que así sea. La vanidad es congénita al hecho de la creación poética y artística”.

No es cuestión de desmentirle. Así que dejo aquí este capítulo en el que incorpora las mías a su brillante lista de iniciales de poetas maestros y amigos cuando evoca “el nombre de un poeta amigo, ya un maestro, SD -el autor de Las provincias del frío o En un bosque extranjero– que tiene la amabilidad de enviarme una plaquette con los poemas de una lectura en Alcobendas bajo el título De la lengua al ojo. Porque los versos de SD tienen el colorido de la obra maestra. Se perciben a través de los sentidos y tienen efecto inmediato sobre la conciencia. Se lo dije el otro día a él personalmente: «qué elegancia, qué clase tienen tus poemas, amigo. Respiran hondura y pureza a partes iguales. Qué pena no tener por aquí, por esta tierra, un poeta de tu altura, para poder beber de ti desde más cerca». Con esa manera suya de concebir la poesía, esa experiencia tan intensa. Y su línea de belleza, balaustrada de oro. Empaparnos ahí bien. Sentirla bien cerca”.

(Publicado en su blog En un bosque extranjero, 23 de mayo de 2023)

Jorge Rodríguez Padrón lanza los dos primeros volúmenes de su ‘Lectura de Europa’

La editorial Los Papeles de Brighton publica los dos libros del ensayista grancanario

CANARIAS7
Las Palmas de Gran Canaria
Lunes, 22 de mayo 2023

Los Papeles de Brighton acaba de lanzar los volúmenes En la patria herida. Perspectivas y lecturas del Romanticismo y De una rara escritura. Rabelais. Cervantes. Sterne, del ensayista grancanario y vecino de Tres Cantos Jorge Rodríguez Padrón.

Estas dos publicaciones son las primeras de una serie de cinco que se irá completando en los próximos meses bajo el título común Lectura de Europa, centrada en la literatura que ha forjado la Europa moderna, desde el punto de vista de la literatura comparada.

En el primer volumen, Rodríguez Padrón nos ofrece una reflexión sobre el Romanticismo europeo desde la perspectiva de la Modernidad. Abre debate sobre el carácter antimoderno de los románticos españoles, retomando los argumentos de Luis Cernuda y Octavio Paz, entre otros, y su relación con los alemanes, haciendo protagonistas a los grandes poetas germanos: Goethe, Schiller, Novalis, Hölderlin.

En De una rara escritura, el ensayista canario realiza un exhaustivo análisis comparativo de las obras de François Rabelais, Miguel de Cervantes y Laurence Sterne, desde el concepto de la escritura como subversión.

Jorge Rodríguez Padrón (Las Palmas de Gran Canaria, 1943) es doctor en Filología Románica, catedrático de Literatura, periodista y profesor asociado en la Universidad Complutense (Madrid) y visitante en la ULPGC (Las Palmas) y en la Brigham Young University (Utah, USA).

Entre sus numerosos ensayos figuran: Domingo Rivero, poeta del cuerpo (1967), Octavio Paz (1976), Lectura de la poesía canaria contemporánea (1991) y el reciente Hotel Galea. Diálogos con Pedro Perdomo Acedo (con Nilo Palenzuela, 2023).

(Publicado en Canarias 7, 22 de mayo de 2023)

Jorge Rodríguez Padrón

Entrevista capotiana a Pedro Calbarro

por Toni Montesinos

Cubierta de 'Cuando el Diablo no sabe qué hacer', de Pedro Calbarro


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía   que   nunca   escribió.   Lo   tituló   «Autorretrato»   (en  Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con   astucia   y   brillantez.   Aquellas   preguntas   que   sirvieron   para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Calbarro.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?

Mar. Aquí se me presentan dos opciones. Una, el norte, más fresco y gastronómicamente más potente. Dos, el mediterráneo, más caluroso. Mejor un pueblo grande, con accesos y todas las facilidades comerciales y sanitarias (voy para mayor), pero el caso es que me gustaría tener un balconcito que mirase al mar.

¿Prefiere los animales a la gente?

Aunque he conocido animales que son muy humanos y personas que son como animales, prefiero a la gente. Pero los animales son muy importantes en mi vida.

¿Es usted cruel?

No, definitivamente no. Aunque a veces la escritura me permita “soltarme el pelo”.

¿Tiene muchos amigos?

Pocos. Con el paso del tiempo se ha ido produciendo una especie de cribado natural en el que mi círculo de amistades se ha ido reduciendo paulatinamente, pero estoy cómodo así y los que tengo los valoro mucho.

¿Qué cualidades busca en sus amigos?

Si buscamos la palabra AMISTAD en el diccionario de la RAE, esas son las cualidades.

¿Suelen decepcionarle sus amigos?

En muy pocas ocasiones, perdonado aunque no olvidado.

¿Es usted una persona sincera?

Intento serlo, aunque hay alguna vez que, por mecanismo de defensa, he soltado alguna mentira. Otra cosa es que me encanta vacilar a mi familia, bromeando.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?

Me encanta el cine y la tecnología.

¿Qué le da más miedo?

Posiblemente una muerte larga y dolorosa.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?

La intransigencia. No transijo con ella.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?

Pregunta complicada. Es que hago tantas cosas… Si no fuese lo que soy actualmente, posiblemente estaría metido en el mundo de los ordenadores y el diseño con ellos.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?

No, pero me encanta reír.

¿Sabe cocinar?

Saber no, me gusta cocinar, y procuro elaborar recetas diferentes, no limitarme al huevo frito. Pero prácticamente soy cocinero de fin de semana, cuando hay más tiempo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?

Me dan mucha envidia todos aquellos personajes que saben o han sabido jugar con las palabras de forma magistral. Cervantes, Quevedo… hasta Sabina (fíjate qué cambio).

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

Amor, creo que en su sentido más puro engloba todas las virtudes que el ser humano puede ofrecer.

¿Y la más peligrosa?

Odio, por los mismos motivos que en la anterior pregunta, pero al contrario.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?

No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?

Es complicada la pregunta en el momento que nos encontramos. Por supuesto, los extremos los elimino por defecto. Iría de cabeza con aquel político que no mirase por sus propios intereses y que no dijese cosas diferentes de un día para otro con tal de mantenerse en el poder o trepar a puestos superiores. Difícil, ¿no?

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?

Cualquier modificación más ambiciosa de mi pasado posiblemente habría cambiado mi presente, cosa de la que no estoy dispuesto a renunciar, así que mirando hacia el futuro, algo que me permitiese conocer más mundo y compartirlo con mi mujer.

¿Cuáles son sus vicios principales?

Me gusta disfrutar de la buena comida. Soy muy vago en casa.

¿Y sus virtudes?

No sé si es virtud o defecto, pero alguna vez me han dicho que a veces de bueno que soy, soy tonto. También soy bastante optimista.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

Seguramente mi mujer.

(En el blog de Toni Montesinos, Alma en las palabras, 8 de abril de 2021).

Pedro Calbarro en Zamora, en febrero de 2021